Por:
Carlos Ardila
“El
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca lo bueno; y el hombre malo,
del mal tesoro de su corazón, saca lo malo; porque de la abundancia del corazón
habla la boca” (Cp. Lucas 6:45).
Según lo
expresara el Señor, son las palabras surgidas del corazón las que claramente
dan cuenta del carácter personal de aquellos quienes las usan, revelándonos
estas generalmente lo más profundo de su sentir respecto a las
situaciones y a las personas.
Al
escuchar a las personas hablar a nuestro alrededor, bien en el subterráneo, en
el colectivo, en el colegio o en la iglesia…, podemos obtener alguna
información acerca de lo que ellas tienen y sienten en sus corazones, lo cual
nos es hecho claro y evidente en sus expresiones verbales; así, palabras
cariñosas nos indican en estas amor, palabras gentiles nos hacen ver en ellas
educación y respeto; contrariamente, expresiones vulgares, ofensivas e
hirientes denotan en ellas de momento ira, indignación, desamor, maldad y por
supuesto una muy mala educación.
No es tan
frecuente, pero bien que es grato escuchar a nuestro alrededor en los lugares
públicos que frecuentamos las palabras de quienes dan gracia y edificación a
sus oyentes mediante su expresión verbal amorosa, generosa y respetuosa que
claramente nos indica cuál es su naturaleza espiritual (Cp. Colosenses 4:6;
Efesios 4:29).
Ahora, al
escucharnos hablar a nosotros, los demás en el subterráneo, en el
colectivo, en el colegio o en la iglesia…, ¿qué les revelan de ti y de mí a
ellas nuestras palabras? ¿Amor, educación, respeto y espiritualidad?
Por
supuesto, se dan a nuestro alrededor conversaciones que definitivamente no
queremos ni debemos oír (Cp. I de Corintios 15:33), son aquellas en las cuales
claramente está presente el destructor, pero a Dios, gracias otras que sí
anhelamos y debemos escuchar, son aquellas en las que está presente el Señor
(Cp. Salmos 119:130, 140; Proverbios 30:5).
Como el
salmista, orémosle a nuestro Dios: “Sean gratos los dichos de mi boca y la
meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.”
(Cp. Salmos 19:14) y sean siempre apropiadas nuestras palabras (Cp. Colosenses
4:6; 3:8; Efesios 4:29).