Por:
Carlos Ardila
En comienzo no te diré a qué o quién me refiero al redactar la presente
reflexión; sin embargo, muy seguramente
desde el inicio de tu lectura ya lo sabrás o lo estarás intuyendo, ella es
absoluta, no admite subjetivismo alguno, no se doblega ante la opinión, puesto que es única, evidente y clara desde su fuente inspirada y divina para quienes
la buscan y desean estar en relación permanente con ella, mas no así para
quienes recurren a fuentes diversas aparte de la revelada Palabra de Dios en
procura equivoca de hallarla adaptada a su propio gusto, interés o preferencia
personal.
¿Ya sabes de qué o de quién se trata? Ella ha sido y continuará siendo
enseñada, nos habla e informa acerca de Dios y de su voluntad para el hombre,
ella correctamente entendida y obedecida, purifica el alma (I de Pedro 1:22-25),
lamentablemente, ella ha sido y aún será también malentendida y distorsionada
(II de Pedro 2:1-22; I de Juan 4:1; I de Timoteo 4: 1-4).
Algunos la conocen, otros se preguntan ¿qué o quién es ella? (Juan 17: 17;
18:38), muchos la ignoran por desinformación, ellos desde luego deben
esforzarse por llegar a conocerla (I de Timoteo 2: 4,5; Efesios 1:13), otros
por orgullo han decidido pasarla por alto en desobediencia y en rebeldía (II de
Tesalonicenses 2:10-12), unos cuantos
más aunque ya la han conocido decidieron luego apartarse de ella para su mal
(II de Pedro 2:20-22).
Muchos han dado su vida por ella, otros fácilmente la abandonan ante el
asomo de cualquier situación que demande de ellos un esfuerzo en su defensa,
mucho más quisiera y podría decirte acerca de ella; con todo, si has llegado
hasta este punto en la lectura, estoy seguro de que ya sabes exactamente a qué
o a quién me he estado refiriendo, se trata de la verdad.
Mucho se habla entre nosotros y en el mundo religioso acerca de la unidad,
y es precisamente ella, la verdad, la protagonista de esta reflexión, el medio
a través del cual la unidad puede no ser solamente alcanzada sino además
preservada, bien hablando acerca de la unidad de la fe del pueblo de Dios el
gran apóstol Pablo escribió lo que REALMENTE DEBES LEER con atención:
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error, sino que siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en
aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4: 13,14).
Hermano (a), amigo (a), la Palabra de Dios es la verdad, es única y no
cambia (Juan 17:17), búscala, obedécela y permanece en ella (I de Juan 2:15-17;
I de Pedro 1:24,25).