Por:
Carlos Ardila
En
nuestro transitar por la vida invariable e inevitablemente dejamos rastros
marcados al pisar sobre el camino, si quizás no necesariamente huellas físicas
tan visibles como las que dejaríamos al caminar sobre la arena de la playa, sí
señales detectables que a las claras indican que hemos pasado por algún lugar
específico, dichos rastros en razón de nuestra
personalidad, carácter y actuaciones, no solo hacen
evidente nuestra anterior presencia en un determinado sitio, sino que
además permanecen en el tiempo a manera de recuerdos positivos o
negativos en las memorias de las gentes con las que hemos interactuado al estar
allí.
“Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por
nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus
pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (Cp.
I de Pedro 2:21,22).
Que al
pensar, hablar, enseñar, corregir, disciplinar, aconsejar, estimular y al
actuar en general…, estemos cada día siguiendo el rastro del Señor, pisando cada
quien de nosotros sobre las huellas por sus pisadas
ya marcadas en el camino que nos conduce a su presencia (Cp. Juan
14:6), a la vez que al seguir nuestro ejemplo de imitadores de Dios, puedan los
demás conocerle, ser salvos y glorificarle a Él en nosotros (Cp. Mateo
5:14-16).