Por:
Carlos Ardila
Al vivir
y al compartir nuestras vidas de dedicación y de servicio al Señor en su reino,
observaremos que:
En mayor
o en menor grado somos todos nosotros falibles e imperfectos, aun así deberemos
amarnos e ir juntos en procura de nuestra superación espiritual (Cp. I de Juan
1:8-10; Gálatas 6:1).
Al
pretender vivir como hijos del Señor una y otra vez caeremos, aun así hemos de
esforzarnos en función de llegar a ser cada vez mejores (Cp. I de Juan 2:1,2).
Al ser de
tan diferentes caracteres seguramente se nos dificultará el vivir en armonía,
aun así espera nuestro Dios que conservemos y fortalezcamos en Él nuestra
comunión (Cp. Efesios 4:4; Salmos 133:1-3).
Al servir
al Señor eventual e injustificadamente seremos criticados y juzgados,
aun así con más empeño y amor hemos de llevar a cabo nuestra
labor (Cp. Mateo 12:22-37; Romanos 12:14).
Pese a
nuestras buenas intenciones, el bien que hagamos será malinterpretado y
olvidado, aun así jamás dejemos de hacerlo (Cp. Gálatas 6:9,10; Mateo 7:12).
Al
predicar el evangelio no todos nuestros oyentes se convertirán, aun así sigamos
anunciándole al mundo las buenas nuevas de salvación (Cp. Mateo 28:18-20; Juan
12:48).
La
adversidad eventualmente nos golpeará, aun así Dios siempre nos socorrerá (Cp.
4:14-16; Hebreos 10:35-39).
El
enemigo una y otra vez tratará de dividir y de destruir a la iglesia, aun así
nada ni nadie podrá prevalecer contra ella (Cp. Mateo 16:18).
Circunstancialmente,
algunas cosas negativas nos sucederán, aun así Dios hará que todo cuanto nos
acontezca redunde en nuestro bien (Cp. Romanos 8:28).
Eventualmente,
nuestras oraciones no serán respondidas exactamente como lo anhelamos,
aun así y pese a su aparente negativa, sabe Dios qué es lo mejor para
nosotros y nos concede más allá de lo que le pedimos, entendemos e
incluso esperamos de su parte (Cp. Efesios 3:20).