Por:
Carlos Ardila
Hijo, ve a la iglesia, sé obediente a tus padres,
pórtate bien con tu madre, ella merece tu respeto, sé moderado, prudente y
paciente, mide tus palabras, esfuérzate en ser cada vez mejor, elige con
cuidado a tus amigos… suelen ser las buenas recomendaciones hechas por los
padres a sus hijos (Cp. Efesios 6:4); ahora, eventualmente, aunque no
manifiestas en palabras, pueden ser las siguientes las interrogantes que crucen
por las mentes de algunos de dichos hijos respecto de sus padres:
¿Vas tú
cada domingo a la iglesia, o algún otro compromiso te resulta generalmente de
mayor importancia? Parece serlo puesto que das demasiada atención al futbol, a
tus amigos y parientes justo en el horario y el día de asistir a la iglesia.
¿Eres tú así de obediente a Dios cómo para pedirme que lo sea yo contigo?
¿Tratas tan bien a mi madre cómo desearías que yo lo haga? ¿La respetas cómo me
dices que debo hacerlo? ¿Eres tú moderado, prudente y paciente con nosotros en
casa? ¿Son tus palabras siempre apropiadas al hablarnos? ¿Puedes decir que hoy
eres mejor que ayer para indicarme la necesidad de mi superación constante?
¡Cuán
importante y definitivo resulta ser el ejemplo como elemento didáctico al
pretender enseñar del Señor y de la vida agradable a Él, a nuestros hijos! Sin
ser necesariamente una regla, los hijos llegan a ser imitadores de la conducta
de sus padres, y es en el medio ambiente del hogar en el cual se forman y
estructuran las personalidades, los caracteres y los valores de los mismos, razón
en virtud de la cual somos en absoluto responsables del cuidado de dicha
formación a través no solo de la instrucción oral, sino aún más allá
de ello de lo que es de mayor impacto y eficacia al enseñarles, la fuerza del
ejemplo (Cp. I de Pedro 1:21-23; 1:16).
Siendo
nosotros los hijos de Dios, sal y luz del mundo para la preservación y
enseñanza de los valores morales cristianos (Cp. Mateo 5:13-16), deberemos
recordar siempre que nuestra labor en dicho sentido empieza en casa, como el
salmista expresó, vivamos rectamente en medio de ella (Cp. Salmos 101:2) para
poder decir por la fuerza y el valor del ejemplo que da autoridad a nuestra
palabra: mi casa y yo serviremos al Señor (Cp. Josué 24:15).