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lunes, 7 de octubre de 2019

MI CASA Y YO


Por: 
Carlos Ardila


     Hijo, ve a la iglesia, sé obediente a tus padres, pórtate bien con tu madre, ella merece tu respeto, sé moderado, prudente y paciente, mide tus palabras, esfuérzate en ser cada vez mejor, elige con cuidado a tus amigos… suelen ser las buenas recomendaciones hechas por los padres a sus hijos (Cp. Efesios 6:4); ahora, eventualmente, aunque no manifiestas en palabras, pueden ser las siguientes las interrogantes que crucen por las mentes de algunos de dichos hijos respecto de sus padres:


     ¿Vas tú cada domingo a la iglesia, o algún otro compromiso te resulta generalmente de mayor importancia? Parece serlo puesto que das demasiada atención al futbol, a tus amigos y parientes justo en el horario y el día de asistir a la iglesia. ¿Eres tú así de obediente a Dios cómo para pedirme que lo sea yo contigo? ¿Tratas tan bien a mi madre cómo desearías que yo lo haga? ¿La respetas cómo me dices que debo hacerlo? ¿Eres tú moderado, prudente y paciente con nosotros en casa? ¿Son tus palabras siempre apropiadas al hablarnos? ¿Puedes decir que hoy eres mejor que ayer para indicarme la necesidad de mi superación constante?

     ¡Cuán importante y definitivo resulta ser el ejemplo como elemento didáctico al pretender enseñar del Señor y de la vida agradable a Él, a nuestros hijos! Sin ser necesariamente una regla, los hijos llegan a ser imitadores de la conducta de sus padres, y es en el medio ambiente del hogar en el cual se forman y estructuran las personalidades, los caracteres y los valores de los mismos, razón en virtud de la cual somos en absoluto responsables del cuidado de dicha formación a través no solo de la instrucción oral, sino aún más allá de ello de lo que es de mayor impacto y eficacia al enseñarles, la fuerza del ejemplo (Cp. I de Pedro 1:21-23; 1:16).

     Siendo nosotros los hijos de Dios, sal y luz del mundo para la preservación y enseñanza de los valores morales cristianos (Cp. Mateo 5:13-16), deberemos recordar siempre que nuestra labor en dicho sentido empieza en casa, como el salmista expresó, vivamos rectamente en medio de ella (Cp. Salmos 101:2) para poder decir por la fuerza y el valor del ejemplo que da autoridad a nuestra palabra: mi casa y yo serviremos al Señor (Cp. Josué 24:15).