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lunes, 7 de octubre de 2019

PERDONANDO Y SIENDO PERDONADOS



Por:
Carlos Ardila


     ¿Ante el agravio o la falta seguramente habrás escuchado decir, o quizás has dicho tú mismo algo así como lo siguiente?:

     Te perdono, pero de aquí en adelante no quiero saber más de ti…

     Aunque te perdono jamás podré olvidar cuanto mal me has hecho.

     Te perdono puesto que soy bueno, pero realmente tú no mereces mi perdón…

     No puedo perdonarte, ya que ha sido muy grave tu ofensa…

     ¿Al haber faltado tú en perjuicio de los demás, en lugar de reconocer tu error, has eludido aceptarlo diciendo algo así como lo siguiente?:

     Aunque no he hecho nada en tu contra, discúlpame si acaso te has sentido ofendido trasladando así la culpa sobre aquel que juzgas demasiado susceptible.

     Te ofendes por pequeñeces, ya que eres tan sensible y no debieras serlo, disculpa si tan poco de mi parte te ha hecho sentir así de mal.

     Acerca del perdón de Dios y del que Él desea nos concedamos los unos a los otros, así como del reconocimiento y la confesión de nuestras faltas su Palabra dice que:

     Pese a sus muchas faltas el hijo pródigo fue perdonado y restaurado al haberse arrepentido (Cp. Lucas 15:11-32).

     Aunque muchos han sido nuestros pecados el Señor nos los ha perdonado y ha decidido sepultarlos en el olvido (Cp. Miqueas 7:19; Hebreos 8:12).

     Solo Dios es bueno y justo en un sentido perfecto, siendo que todos nosotros hemos pecado y el Señor se entregó a sí mismo por nosotros, jamás debiéramos exaltarnos por sobre los demás (Cp. Lucas 18:9-14, 18,19; Romanos 5:7,8). 

     Si nos negamos a perdonar a quienes nos han hecho algún mal auto condenándonos a la amargura del odio que nos priva del gozo y nos roba la paz, jamás podremos ser nosotros mismos perdonados por Dios (Cp. Mateo 6:12-15).

      Siendo conscientes de nuestros propios errores, en vez de intentar evadir nuestras culpas o tratar de hacerlas parecer insignificantes, en amor, sinceridad y humildad, reconozcámoslas y confesémoslas ante aquellos a quienes hayamos hecho el mal y desde luego en frente de nuestro Dios (Cp. Santiago 5:16; I de Juan 1:8-10).