Por:
Carlos Ardila
Individuos
de gran estatura y fuerza física, sin duda alguna intimidarían a adversarios de
menor altura y poder en competencias deportivas tales como la lucha en la cual
se libran intensos enfrentamientos cuerpo a cuerpo; no obstante, en
confrontaciones como esta generalmente son clasificados los contendientes en
categorías divididas por el peso de los rivales que han de competir entre sí a
fin de garantizarle a ambos participantes las posibilidades de triunfar.
Ahora,
¿cuáles serían las probabilidades de ganarle un competidor a otro cuando su
rival le supere ampliamente en talla o envergadura física, peso y vigor?
Acerca de
una confrontación entre dos hombres en condiciones físicas y de armamento
notoriamente diferentes, la Palabra de Dios nos refiere el enfrentamiento entre
David, un joven y humilde pastor de Israel sin experiencia en la guerra y
desprovisto de espada y de armadura y Goliat, el arrogante gigante y paladín
filisteo, un guerrero experimentado que media cerca de tres metros de estatura
quien fuera vencido por su aparentemente débil
adversario.
¿Cuál fue
la razón por la cual David triunfó sobre Goliat en condiciones materiales tan
desfavorables? Goliat confiaba en su estatura, en su fuerza, en su espada y en
su gran armadura (Cp. I de Samuel 17:42-44), en tanto que David había
depositado su confianza en el poder de Dios, quien le ayudaría a vencer y en
cuyo nombre enfrentó, derribó y derrotó al filisteo con tan solo una honda (Cp.
I de Samuel 17: 45-52).
Día tras
día de nuestras vidas lidiamos con nuestras debilidades, en cuanto a ti,
¿alguna o varias de ellas han llegado a acrecentarse tanto que como a poderosos
gigantes te resulta difícil, casi imposible derrotar?, ¿siendo una y otra
vencido por una o varias de tus flaquezas te sientes impotente?, ¿Qué tal si en
vez de seguir combatiendo solo decides encarar tus luchas en el nombre y en el
poder del Señor como en su oportunidad lo hiciera David?
De la mano
de nuestro Dios la victoria es segura, confiemos siempre en Él y
fortalezcámonos en el poder de su fuerza (Cp. Efesios 6:10-10), con su ayuda
constante, enfrentemos, derribemos y derrotemos a nuestros gigantes.