LO QUE DEBEMOS GUARDAR
Por: Carlos Ardila.
Si visitas un sector peligroso de la ciudad, ¿llevas muy visibles tus artículos de valor?, ¿tu reloj de alta gama?, ¿tu valiosa alianza de matrimonio?, ¿aquel collar de esmeraldas que te regaló tu buen esposo cristiano?, ¿tu amado, importante y valioso teléfono celular?, ¿o los guardas, a fin de evitar que te sean arrebatados por algún delincuente?
¿Alguien rompió tu corazón? ¿Alguien robó tu corazón?
¿Sabes que nuestro enemigo desea romper nuestro espíritu y arrebatarnos de la mano del Señor? ¿Sabes que él, nuestro enemigo, desea robar y destruir nuestro corazón? Él, si le damos ocasión, con astucia, trata de confundirnos y de hacernos desviar del camino de la fe, por lo cual, debemos estar muy atentos y vigilantes, a fin de no darle la oportunidad de destruirnos.
En Proverbios 4:23-27, la Palabra de Dios nos dice:
«Sobre todas las cosas cuida tu corazón,
porque este determina el rumbo de tu vida.
Evita toda expresión perversa;
aléjate de las palabras corruptas.
Mira hacia adelante
y fija los ojos en lo que está frente a ti.
Traza un sendero recto para tus pies;
permanece en el camino seguro.
No te desvíes;
evita que tus pies sigan el mal».
Hay en nosotros, cuatro elementos de un gran valor e importancia espiritual que debemos guardar:
Nuestro corazón, es decir, nuestra mente, en la cual concebimos nuestros pensamientos y albergamos nuestros sentimientos y emociones.
¿Qué hay que pueda estar contaminando tu corazón, para movilizarte a hacer lo que no debieras hacer?
Nuestra boca, por medio de la cual, al hablar, nuestras palabras deben dar gloria a Dios, gracia y edificación a quien nos oye, puesto que, como lo expresara el Señor, de la abundancia del corazón habla la boca (Cp. Lucas 4:45; Efesios 4:29; Colosenses 4:6).
Nuestros ojos, que han de enfocarse en el Señor y en su ejemplo (Cp. Hebreos 12:2,3), en vez de en la corrupción, la vanagloria y los deseos mundanos que nos incitan a hacer el mal en contra de nuestro Dios y de los demás (Cp. I de Juan 2:15-17).
Y nuestros pies, que no han de desviarnos para apartarnos del Señor (Cp. Proverbios 19:2).
Oremos:
Amado Padre, te entregamos nuestros corazones, límpialos y hazlos conforme al tuyo, pon tus palabras en nuestra boca, haznos sabios y prudentes al hablar, ayúdanos a enfocar nuestra mirada en ti y en las cosas santas, guíanos en el camino que nos ha de llevar a tu presencia, y no nos dejes desviar, en el nombre del Señor Jesús, amén.