Por: Carlos Ardila.
¿Por qué, aunque necesitaban el trabajo, algunos empleados renunciaban a seguir laborando en aquella empresa?
Había una alta rotación de personal, y solo permanecían allí los trabajadores de una edad más avanzada, y con alguna antigüedad en la fábrica, todos ellos, en puestos de menor jerarquía y con las más bajas remuneraciones.
Reunido el nuevo jefe de la planta con el personal en general, amablemente, había solicitado que los empleados entonces actuales, algunos de los cuales ya habían empezado a pagar sus días legales de preaviso para retirarse de la empresa, con la anticipada promesa de una confidencialidad y reserva absoluta de su parte, fueran todos muy sinceros al ofrecer su explicación sobre el porqué de tanta deserción.
¡Qué horror Dios mío! ¡Qué es todo este caos! ¡Recoge esto o aquello! ¡Cuando será que aprenderán! ¡Para qué se les paga! Son los gritos, las quejas y los reclamos injustos de la dueña, doña Elena, al entrar, sin falta, cada día a la planta, y aunque nos esforcemos al máximo por hacer bien nuestro trabajo, y así lo hacemos, ciertamente, no hay nada que esté bien hecho o en orden a su parecer; los salarios son bajos, y las posibilidades de ascender son nulas, puesto que esta es una empresa familiar; como lo habrá notado, tan solo ante la idea de hablar acerca de estas cosas, las personas de mayor edad, sesenta o más, entre las ciento diez en total, aquí presentes, sienten temor, puesto que es imposible hablar con la señora Elena, y no pueden darse el lujo de tratar de encontrar otro empleo, respondió una joven recién ingresada.
De repente, una voz altisonante y chillona, interrumpió la serenidad del ambiente de aquella reunión gritando: ¡Qué horror Dios mío! ¡Qué es todo este cuchicheo! ¡Pónganse a trabajar ya mismo manga de inútiles haraganes! ¡Para qué se les paga!
Después de la irrupción de doña Elena, cada uno regresó a sus labores, y el nuevo jefe de la planta, fue convocado a una reunión con la dueña para que le diera explicaciones con relación al porqué de aquel inusual cese de actividades, a lo cual él le respondió que trataba de entender la razón de la alta deserción del personal, para intentar revertir la situación y mejorar el rendimiento de la empresa, y procedió con un muy sincero respeto, a pedirle a ella un cambio en su manera de dirigirse al personal.
Aquel mismo día, el nuevo jefe de la planta, sobrino de doña Elena, fue inmediatamente despedido.
En el hogar, en la iglesia del Señor, y en nuestra interacción con otras personas más, en cada espacio, valoremos y resaltemos lo bueno y positivo que destaque en ellas y en lo que hacen, y si es preciso señalar algo que deba ser corregido o mejorado, asístanos el amor de Dios para expresarlo siempre en los mejores términos, con sencillez, amabilidad y respeto, y si es que acaso, en cuanto a algo, somos aconsejados, primero, con apertura y con humildad de corazón, sopesemos lo que nos sea dicho, para cambiar de actitud, de ser ello justo y necesario.
La Palabra de Dios nos dice:
«Hablar demasiado conduce al pecado.
Sé prudente y mantén la boca cerrada.
Las palabras del justo son como la plata refinada;
el corazón del necio no vale nada.
Las palabras del justo animan a muchos,
pero a los necios los destruye su falta de sentido común» (Proverbios 10:19-21).
«Al necio le divierte hacer el mal,
pero al sensato le da placer vivir sabiamente» (Proverbios 10:23).
«La boca del justo da sabios consejos,
pero la lengua engañosa será cortada.
Los labios del justo hablan palabras provechosas,
pero la boca del malvado habla perversidad» (Proverbios 10:31,32).
«Los labios del sabio dan buenos consejos;
el corazón del necio no tiene nada para ofrecer» (Proverbios 15:7).
Oremos:
Amoroso Señor, Dios Consolador, te damos gracias por tu amor, y te rogamos que nos hagas tan amorosos como lo es nuestro Salvador, a fin de seguir su ejemplo, enséñanos a ser generosos, amables, respetuosos y compasivos, haz que nuestras actitudes y palabras, sean siempre las apropiadas para servir y estimular positiva y constructivamente a los demás. En el nombre de Jesús, amén.