OPINIÓN Y PRUDENCIA
Por: Carlos Ardila.
Por lo general, salvo algunas excepciones, casi todas las personas ofrecen, a veces, sin prudencia, sus opiniones con relación a alguna situación o individuo, se diría que, la inmensa mayoría de los hombres, invocando su derecho a la libre expresión, piensan estar autorizados para juzgar o valorar a los demás, o pronunciarse sobre sus actuaciones.
No siempre se nos solicita nuestra opinión, por lo cual, exponerla, podría significar un atrevimiento de nuestra parte. Algunas personas, insensatamente, se precipitan a ofrecerla sin disponer de la información suficiente y necesaria para valorar la cuestión sobre la cual opinan; por otro lado, si se nos pide nuestra opinión acerca de algo, o respecto de alguien, ¿deberíamos sentirnos comprometidos a opinar?, ¿o prudente y reservadamente, abstenernos de darla?
Al opinar sobre cuestiones por fuera del área de su experiencia o de su especialización, algunas personas hacen evidente su engreimiento e ignorancia, y otras, comprometiendo una opinión que no están obligadas a ofrecer, se ven envueltas en algunas dificultades.
La Palabra de Dios nos dice:
«Hablar demasiado conduce al pecado.
Sé prudente y mantén la boca cerrada.
Las palabras del justo son como la plata refinada;
el corazón del necio no vale nada» (Proverbios 10:19,20).
Si hemos de opinar, que sea con prudencia, o por prudencia, dejemos de opinar.
Oremos:
Bendito Dios de amor, todopoderoso y sabio Señor, siendo que las muchas palabras conducen al error, venimos hoy ante ti para suplicarte que nos concedas la sabiduría y la inteligencia necesarias para hablar de un modo tal que te honremos a ti y le demos gracia a los demás, a la vez que rogamos que nos hagas prudentes para guardar silencio cuando sea preciso, en el nombre de Jesús, amén.