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martes, 24 de septiembre de 2024

ABANDONO / DEVOCIONAL

 ABANDONO

 Por: Carlos Ardila.

 

 

«Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró: «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu, que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.[e]» (Lucas 22: 41-44).

 

 

Allí, en el huerto, estaba Él, nuestro amado Salvador, el Señor Jesús, quien sabía lo que habría de enfrentar, y en razón de su enorme estado de presión espiritual y emocional, era su sudor como grandes gotas de sangre; sin embargo, Él no rehuía su autoimpuesto destino, y sujeto al Padre, llevaría a cabo su misión, en función de obrar tu redención y la mía (Cp. Juan 10:17,18; 3:16).

 

 

¿Era su tensión, solo en razón de los golpes y azotes que recibiría?, ¿por qué Él bien sabía lo que sufriría al ser clavado en la cruz?

 

 

No solo por ello, lo cual ya era bastante fuerte, sino además, por algo aún mucho más terrible, la soledad, el abandono, la ruptura de comunión temporal con el Padre, a causa del peso de nuestros pecados, los cuales Él llevó sobre sí, haciéndose impuro delante de Dios por nosotros (Cp. II de Corintios 5:21; Juan 1:29; I de Pedro 3:18; Isaías 53:3-12).

 

 

En Mateo 27:46, leemos:

 

 

A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: «Eli, Eli,[j] ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»[k].

 

 

En un hecho irrepetible, algo jamás acontecido, Dios, Padre e Hijo, sufrieron la ruptura temporal de su vínculo santo; tan inmenso sacrificio, ¿acaso no debería comprometernos más en amor, entrega y dedicación al Señor?

 

 

Oremos:

 

 

Oh, bendito Padre Dios de amor, nos regocijamos en tu presencia, glorificamos tu precioso nombre, y nos gozamos en nuestra salvación, fruto del sacrificio de nuestro amado Salvador, ¡cuánto nos has amado, oh, Señor! No podemos entender, no logramos dimensionar la grandeza de tu amor, especial e inigualablemente manifiesto en la entrega de nuestro dulce Salvador, quien desde siempre y por la eternidad, Santo y puro, no conoció el pecado, mas a sí mismo, y de un modo voluntario, se hizo pecado al morir en la cruz por nosotros, y experimentó el más grande dolor, el de tu abandono temporal; ¡oh, bendito Dios!, ayúdanos por favor a corresponder a tu amor. En el precioso nombre de Jesús, amén.