Una respuesta.
Por:
Carlos Ardila
Asisto desde hace algún tiempo a un grupo bautista, explíqueme por favor:
1. ¿Es cierto lo que me han enseñado sobre permanecer siempre salvos los cristianos aunque se alejen de Dios después de haber sido convertidos?
2. ¿Salva Dios sometiendo irresistiblemente al hombre rebelde o es el hombre quien elige obedecer?
Bien, gracias por tan importantes como interesantes inquietudes, a las que responderé citando muchos pasajes de la Palabra de Dios.
Respecto a la primera cuestión, muchos son los argumentos, a la vez que demasiadas son las malinterpretadas a más de, descontextualizas citas bíblicas ofrecidas para intentar respaldar tan grave error doctrinal que no solo conduce a la mediocridad espiritual, sino además de la manera más lamentable y triste a la perdición eterna de quienes creyéndolo piensan poder tener vida fuera de Cristo y de la comunión con este, la cual ha de estar siempre basada en la fidelidad de la obediencia (Si me amáis, guardad mis mandamientos. Juan 14:15; Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Juan 15:5,6).
Sin emitir juicio alguno contra quienes enseñan y creen, seguramente de manera honesta y bien intencionada tal error, a continuación reseño tan solo algunos de los tan malinterpretados textos ofrecidos por ellos en la intención de sustentar sus convicciones a este respecto:
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:27).
«Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre» (Juan 10:29).
«Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Hechos 2:21).
«El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:32-39).
Ahora, sin especulaciones y humanas conclusiones, observemos detenidamente tan solo algunos de los textos que claramente nos indican la posibilidad real de perder nuestra salvación, si acaso no fuéramos fieles al Señor hasta el fin en la observancia y en la vivencia práctica de su voluntad, así como algunas exhortaciones en cuanto a la necesidad de permanecer firmes en la fe.
«Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (Hebreos 2:1-3).
«Pero Cristo, como hijo sobre su casa, la cual casa, somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza» (Hebreos 3:6).
«Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio» (Hebreos 6:4-6).
«Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma» (Hebreos 10:39).
«Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas, son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno» (II de Pedro 2.20-22).
«No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10).
«El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles» (Apocalipsis 3:5).
«Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro» (Apocalipsis 22.18, 19).
El Señor desea y demanda nuestra obediencia a su Palabra y nuestra sujeción a su doctrina:
«Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:7-9).
«De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído» (Gálatas 5:4)
En definitiva, no queda esperanza alguna de salvación para quienes reiterada, rebelde, decida y premeditadamente perseveran en la práctica del pecado:
«Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado, no de muerte. Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca» (I de Juan 5:16-18).
«Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos, muere irremisiblemente. ¿ Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón, porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma» (Hebreos 10:26-39).
Constituye un gravísimo error el pensar que viviendo de cualquier manera, inmoralmente, o alejados del Señor, bien en la práctica de las falsas doctrinas, o incluso siendo un buen ciudadano, pero sin ser fiel a la Palabra de Dios, pueda hombre alguno permanecer salvo si no se arrepintiera para enmendar su camino, de no ser fieles, incluso los más trabajadores siervos del Señor, al dejarlo a causa del pecado, serán desechados:
«¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo, se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (I de Corintios 9:24-27).
Ahora, con relación a la segunda cuestión, permítame observar:
El anterior error sumado al de la equivocada idea acerca de la denominada gracia irresistible de Dios, que sostiene que Dios forzará a quien Él arbitrariamente desee someter, violando el libre albedrío que Él mismo le concedió para elegir si quiere ser cristiano o no, resulta ser inconsecuente y coatradictoria.
Si un hombre se apartara de Dios, después de haber sido forzadamente hecho salvo por él, y estuviera viviendo perdidamente, en rebeldía y en desobediencia, ¿no cree usted que el mismo Dios que lo forzó irresistiblemente a ser salvo llevándole a sus pies, podría volverle a someter? Entonces, si la “gracia irresistible de Dios” fuese verdaderamente irresistible, no habría razón alguna para afirmar que un hombre puede ser salvo sin Dios, ya que Él, según estas equívocas convicciones, siempre le tendría sujeto y firme en la fe sometiendo totalmente su su corazón a Él.
Nuevamente, la Palabra de Dios dice:
«Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado» (Romanos 11: 22).
«Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; A los cielos y a la tierra, llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Deuteronomio 30:15,19).
El credo bautista dice:
«A aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, le agrada en su tiempo señalado y aceptado llamar eficazmente por su palabra y Espíritu, sacándolos del estado de pecado y muerte en que se hallaban por naturaleza para darles vida y salvación por Jesucristo. Esto lo hace iluminando espiritualmente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios; quitándoles el corazón de piedra y dándoles uno de carne, renovando sus voluntades, y por su poder soberano, determinándoles a hacer aquello que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo; de tal manera que ellos vienen con absoluta libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de hacerlo» (2ª. Confesión Bautista de Fe de Londres / 1689 / Cap. 10/ Párrafo 1).
Sin embargo, contrario a lo anterior, la Palabra de Dios nos enseña:
1. Desde el Edén, el hombre es libre para hacer sus propias decisiones respecto a elegir por Dios o no, puesto que en dicha libertad nos ha creado el Señor (Génesis 2:16,17; 3: 1-13; Deuteronomio 30:15,19; Juan 1: 10-12; 12:48; Romanos 11:22).
2. Dios no “predestina” o marca un destino a algunos individuos para perdición y a otros para forzadamente salvarles mediante el sometimiento de su voluntad, violando la libertad que le ha concedido al hombre para decidir sobre el elegir obedecerle a Él o no, el llamamiento de Dios es general, el recibirle y el obedecerle es una decisión libre y personal (Juan 1:12; 12:48); al decir el apóstol, Pablo que hemos sido predestinados por Dios, explica el verdadero sentido del término predestinación, palabra misma que indica el ser conocidos por Dios desde antes de nacer (Romanos 8:29,30), con lo cual se refiere a la presciencia de Dios (I de Pedro 1:2), es decir, al conocimiento anticipado que Dios tuvo, tiene y seguirá teniendo por siempre en cuanto a quienes voluntariamente le han de obedecer (Romanos 8: 29. «A los que con anterioridad conoció»), en vez de referirse a una injusta, arbitraria y cruel acepción o distinción de personas, con la cual bien sabemos, jamás procede nuestro Dios (Deuteronomio 10:17; Job 34: 19; Hechos 10:34; Romanos 2:11; Efesios 6:9; Colosenses 2:25; 1 de Pedro 1:17).
En el contexto de Romanos 8:28 al 39, el apóstol Pablo nos indica que ninguna circunstancia adversa podrá alejar de Dios a los verdaderos cristianos fieles a Dios, sino que todas las circunstancias adversas en su contra bien serán revertidas o podrán ser usadas por Dios en su provecho, crecimiento y maduración, note las siguientes expresiones en tal contexto: A los que antes conoció, Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Ninguna circunstancia, pues sobre ellas en Cristo somos más que vencedores (Romanos 8:37).
3. Para llegar a ser hijos de Dios, debemos voluntaria y decididamente elegirle y obedecerle, perseverando siempre en hacer su voluntad para mantenernos salvos (Juan 1:12; Apocalipsis 2:10).
Ahora, basado de manera exclusiva en la Palabra de Dios, saque usted por favor sus propias conclusiones.
Bendiciones.